
Zimbabue en primer plano
En 2025, Mary’s Meals ha crecido significativamente en Zimbabue y 68.000 niños han comenzado a comer todos los días en el colegio. Felicity Read, Directora de Comunicación, comparte el impacto de nuestro programa en las zonas más remotas del país.
Bulawayo es una ciudad grande. Amplias avenidas bordeadas de árboles y edificios de imponente arquitectura victoriana; la Oficina de Correos, un majestuoso edificio de piedra roja; el Ayuntamiento de estilo griego con sus columnas; una antigua estación de tren, bancos y edificios comerciales. Es una ciudad animada, pero no frenética. Un poco descuidada y deteriorada, pero sin señales de necesidad extrema, solo un recuerdo del lugar próspero que fue hace cien años.
Al alejarse de la ciudad se empieza a ver la gran diferencia con las comunidades rurales y por qué hay regiones en Zimbabue que necesitan la ayuda de Mary’s Meals. La carretera que sale de la ciudad está bien asfaltada al principio, con postes eléctricos a ambos lados, pero conforme se avanza, el camino parece retroceder en el tiempo. Los postes eléctricos se convierten en simples postes de telégrafo antes de desaparecer, mientras la carretera se transforma en un simple camino de tierra lleno de baches.
Comunidades tradicionales
En este punto, el paisaje cambia y a los lados de la carretera se ven pequeñas comunidades tradicionales. Familias que viven en cabañas redondas construidas a mano, con cabañas separadas para cocinar, cuyas paredes no llegan hasta los aleros: un formato y disposición que no ha cambiado en miles de años. Cada terreno está delimitado con estacas de madera, lo suficientemente grandes para proteger al ganado y lo bastante seguras para mantener alejados a los depredadores. Muchas tienen plataformas elevadas con gallineros rústicos y otras plataformas para almacenar maíz seco, la mayoría prácticamente vacías.
Desde allí, se tarda unas dos horas más en llegar a Nkayi, una pequeña comunidad en Matabeleland Norte, a cuatro horas al norte de Bulawayo y que parece estar en otro siglo. La ciudad tiene un aire de los años 50: una pequeña gasolinera sin marca, un juzgado, la oficina del Comisionado del Distrito, algunas casas bajas de estilo años 50 con tejados de chapa y pequeñas tiendas y puestos locales.
Un paisaje desafiante
Más allá de Nkayi, las comunidades son aún más dispersas y remotas. El terreno es seco, rocoso y árido. Queda claro que la agricultura aquí es muy difícil. La escuela primaria Amazwimabili, a una hora más de Nkayi, se encuentra en una zona que representa los retos de estas comunidades rurales. En los últimos cinco años, ha llovido de forma irregular, lo que ha hecho que muchas familias tengan dificultades para encontrar trabajo y comida. Los niños deben dejar de ir al colegio para ayudar a cuidar el ganado; para los chicos esto puede empezar desde los nueve años. Además, las inundaciones repentinas, han impedido que los niños vayan a clase porque no pueden cruzar los ríos.

La alimentación escolar llegó en enero
La subdirectora, Sra. Khumalo Fanta, explica: “Desde que empezó la alimentación escolar en enero [2025], hemos visto a muchos niños volver al colegio y asistir con más regularidad. Los profesores nos comentan que los niños están más atentos en clase, escuchan mejor y participan más. Esto permite a los docentes dedicar más tiempo a cada alumno. Vemos que los niños están más felices y tienen ganas de venir cada día. Sin duda, la tasa de aprobados aumentará gracias a esto.”
Khethiwe Mlotshwa, voluntaria encargada de cocinar, explica que la situación en esta zona ha sido difícil debido a la sequía: “Intentamos cultivar, pero es muy duro cuando ya tienes hambre y no hay agua. Solo conseguimos cultivar algunas verduras.
“Me ofrezco como voluntaria para asegurarme de que mis nietos tengan comida todos los días. El año pasado los niños pasaban hambre; ahora no tenemos que preocuparnos tanto por darles de comer porque sabemos que comen en el colegio.”

Fuerte apoyo comunitario
Aunque las familias tienen muy pocos recursos, la comunidad se unió para construir la infraestructura necesaria para que comenzara la alimentación escolar. Saul Sibanda, presidente del Comité de Desarrollo Escolar, lideró el proyecto. Como jefe del pueblo, convocó a la comunidad y acordó que cada hogar aportara un número de ladrillos. También se reclutó a personas para construir lo necesario y los vecinos aportaron una pequeña cantidad para comprar el cemento. Entre todos construyeron el almacén, un espacio seguro para guardar la comida, la cocina exterior y las zonas de comedor a la sombra de los árboles cercanos.
Saul comenta: “Acogemos el programa con entusiasmo y sabemos que nuestros niños ya no pasan hambre. La comida atraerá a los niños de nuevo al colegio y el programa ha motivado a los padres a involucrarse. Para la comunidad, hemos trabajado con gusto porque sabemos que la tasa de éxito escolar mejorará. Los niños están más despiertos.”
Es evidente que el ánimo ha mejorado en toda la comunidad escolar: profesores, alumnos, padres, voluntarios y líderes locales. Se respira positividad, mezclada con el humo de la leña de la cocina escolar, mientras los cocineros empiezan a servir gachas a una fila de niños felices y sonrientes.
Abel, alumno de sexto curso, nos cuenta: “Me encanta las gachas. Antes, cuando no había gachas, llegaba cansado y hambriento y muchas veces me dormía de camino a casa. Pero ahora no. Aunque no haya comida en casa, no me preocupo porque ya he comido en el colegio. Estoy muy contento de poder comer en el colegio.”
Solo cuesta 22 € alimentar a un niño con Mary's Meals en su lugar de educación durante todo un curso escolar.